CUARTO MANIFIESTO:
Taciturno, persona callada y silenciosa. Que gasta pocas palabras.
Del adjetivo latino taciturnus quieto, sosegado y que habla muy poco.
Taciturnos, en el mundo actual de culto al ruido hace imprescindibles estos seres en peligro de desaparición.
BASSIROU · Sare Samba Diao
Taciturna…la palabra
Tanto en las escrituras sagradas como en la mayoría de los mitos y creencias de las culturas primitivas, el origen de las palabras se encuentra vinculado a un principio divino. Antes de que nada existiera, existía la palabra, que como un preciado don nos fue entregada en el momento de nuestra propia creación.
Entre los múltiples mitos que existen sobre el origen de las palabras, particularmente me resulta fascinante el de la antigua cultura africana de los dogon, grupo étnico que habita al sudoeste del río Níger, en la región central de Malí. Según su concepción, existen dos tipos de palabras claramente diferenciadas; la palabra seca y la palabra húmeda. La palabra húmeda es aquella entregada a la raza humana, capaz de germinar la vida, penetra a través del oído hasta el interior del cuerpo para engendrar y dar luz al entendimiento. Mientras que la palabra seca existía antes de la creación, pensamiento divino que se encuentra en el interior de todos los seres y todas las cosas, pero que no tiene conciencia propia, por lo que no la conocemos ni la vocalizamos, representa la palabra del espíritu, silenciosa, taciturna…
AZALAIS · Sitges
Taciturna…la presencia
Callada, silenciosa, retraída, reservada…adjetivos que, desde una mirada externa, usamos para intentar describir una presencia taciturna.
RODRIGO · Montevideo
Taciturna…ser o estar
Sin ser taciturna, puedo disfrutar de momentos únicos en que me reconozco taciturna.
Estar taciturna me rescata del pensamiento superfluo, de la actitud analítica, de la mirada insubstancial… para llevarme a un estado silencioso e íntimo de presencia y serenidad.
Taciturno… el sentir
En la contemplación solitaria de la naturaleza, en la escucha de la respiración, en el camino silente del pincel y de la tinta, en la poesía…encuentro el sentir de esos estados taciturnos que me guian hacia las cumbres de las montañas de tinta, junto a los trazos caligráficos de la expresión poética.
El poema
Colgado en la pared de mi estudio, en el silencio que me acompaña, el poema «Sentado, solo, en la montaña de Jìng tíng» es para mí la resonancia de un momento taciturno. Cada vez que lo leo es como la primera vez, tiene esa suerte de magia que me aproxima a la serenidad.
La práctica de la caligrafía y la pintura a tinta, se transforma en una vivencia plena de proximidad con mi propia esencia.
Cuánta vacuidad en las ganas de llenar de ruido los desiertos inalcanzables. Lo ignoto nos perturba, la capacidad de contemplación nos llena de incógnitas. Las preguntas de lo que puede estar sucediendo sin que lo sepamos nos persiguen, nos empujan a ir y venir en nuestra jaula de pensamiento, encerrados siempre en el zoológico de la exigencia productiva. Todo debe servir para algo, todo debe tener su debida explicación. ¿Qué hace alguien tan callado, tan sonriente, tan serio, pero sin decir nada?
Cuando no hay una respuesta única, definida y definitiva, no nos queda otra que aceptar al taciturno como es. Porque sencillamente es. ¿Está triste, sumido en la melancolía, maquina algo o nos ignora? ¿Pasa el tiempo en su cabeza igual que en la nuestra o quizá se ha detenido? Preguntas sin respuesta. Inquietud ante la nada. Contemplemos el silencio, la visión de un ser inmóvil; sus labios sellados cerrando el sobre de una carta escrita con la tinta invisible de su imaginación.
Al final de esa sonrisa serena se encuentra el principio de un camino poco transitado. Entre los dedos de esas manos reposadas se escapa la arena inaprensible de un tiempo libre de obligaciones. Aceptar la duda y la existencia de lo inexplicable es el mejor equipaje para cualquier ruta. Taciturnos y melancólicos, introvertidos y reservados, amantes del silencio y apasionados de la observación. Empecemos a caminar sin esperar nada a cambio, tan solo por el placer de ir dando cada paso como si fuera el único, como si fuera el último. Porque lo tácito de este contrato siempre es el fin. Y también el principio.